Jorge Zepeda y Pilar Eyre fueron el ganador (601.000 euros) y finalista (150.250 euros) del LXIII Premio Planeta, el galardón mejor pagado de las letras españolas. Estuvimos en la cena de gala y en la afterparty y aquí lo contamos todo. Fotos: Nosolocurro
La noche del Planeta fue muy diferente a la del año pasado, era imposible que fuera igual porque Ana María Matute no estaba tomando un trago en ese salón enorme sola, completamente sola, mientras fuera, en el cóctel, los escritores comían pan tumaca e intercambiaban chismes literarios, como sucedió hace un año, cuando Ana María todavía vivía y yo la encontré en el salón del Palacio de Congresos de Cataluña antes de que empezara la cena y me susurró al oído: “Yo gané el Planeta con una novela que escribí a los 17 años”.
Ana María era buena, era inteligente, lista y sensible, y su sonrisa pícara, su ironía dulce, afloraba cuando hablaba, llenando sus palabras, el tono bajito de su voz, con una emoción que sólo estaba al alcance de personas como ella, muy pocas, por eso, sin Ana María, sin su humor y su ironía, sin su pelo blanco y sus palabras agradables, sin su sonrisa de persona que ha vivido mucho, que ha visto mucho y que por eso sabe mucho también, a todos nos parecía, o al menos me pareció a mí, que la cena perdía una parte de su razón de ser.
Y, sin embargo, pese a las dolorosas ausencias, la noche de ayer fue fantástica, divertida, repleta de risas y de acertijos, los de los rumurólogos, porque esa nueva ciencia, la rumurología, es la que reina siempre en la primera hora, bulos, engaños, mentirijillas, habladurías y cotilleos, nombres pronunciados en vano, como el de Ángela Becerra, cuyo caso va a ser como el cuento del lobo, que cuando vaya a ganar no nos lo vamos a creer. Claro que este año los rumurólogos fueron más osados, más disparatados que otras veces, porque se llegó a decir que Isabel Gemio era finalista.
El ganador del Premio Planeta 2014 fue, ya lo saben, el mexicano Jorge Zepeda, que está bien dispuesto a algo tan hermoso como es abrir fronteras, y que estaba rodeado de amigos mexicanos que celebraron con él su triunfo con Milena y el fémur más bello del mundo “la historia de Milena, una mujer en cuya belleza extraordinaria, como ocurre con tantas mujeres hermosas, reside su tragedia, una historia de amor, de misterio, que transcurre entre España, Croacia y Ucrania”, por utilizar sus palabras, y la finalista Pilar Eyre, periodista de largo recorrido que, además de verse a veces enredada entre escándalos televisivos y líos propios de la prensa rosa, lleva escribiendo libros más de treinta años. “Mi color favorito es verte es una historia que me pasó hace un año y unos meses. Yo estaba cenando en un restaurante con unos amigos y entró un hombre alto, nos enamoramos, estuvimos tres días juntos y tuvimos una relación muy intensa. Se fue a Siria, desapareció en la frontera con Turquía. Me dijeron que lo habían secuestrado. La novela trata de mis esfuerzos por rescatarlo”, dijo Pilar.
En aquel salón gigante, repleto de mesas redondas, en el que nos sirvieron como primer plato un salmorejo riquísimo al que llamaron “crema de tomate y albahaca con langostinos, jamón y verduras en tartar” y como segundo un exquisito rape asado, había numerosos escritores, muchos de ellos esperanzados en conseguir alguna vez ese premio casi millonario, y otros que ya lo consiguieron.
Estaban, entre otros, la felina Espido Freire, la cachonda Alicia Giménez Barlett (“exulto de gozo en estos momentos”), el luminoso Javier Sierra, el siempre amable Lorenzo Silva, la educada, empática Clara Sánchez (que ganó el año pasado y que lleva un año como las locas, de un sitio para otro, porque “ser escritor no es tan fácil como parece”, me dijo sonriendo), la superventas Dolores Redondo , Ángeles González-Sinde (fe-liz, verdaderamente feliz con su vida recuperada, de freelance, haciendo sus colaboraciones, sus articulillos, sin coche oficial ni falta que le hace. “Cojo el cercanías tan contenta”. “Pero, ¿no echas de menos el cochazo en la puerta, los viajes, el poder, la influencia, el dineral, los privilegios propios de los ministros?, ¿es cierto que es mejor la vida del freelance que la de un ministro?”, pregunté atónito, “¿Echar de menossssss? Ser freelance es mucho mejor, Ni color. ”), el ínclito y locuaz Risto Mejide, el Premio Primavera Maxim Huerta, tan contento como siempre…
… Nativel Preciado (Premio Fernando Lara de este año), Marta Robles (la mujer-que-lo-hace-todo: lo mismo presenta un programa que escribe una novela que lanza una revista digital que, como vieron anoche estos ojos míos, le hace un nudo de la corbata a un invitado en el autobús -sí, me colé en el autobús de los autores), la agradecida María Dueñas (que no se queja de nada y que dice que el éxito es bueno, muy bueno, porque impulsa y da alas), el algo serio por fuera, guasón por dentro Juan José Millás o la impredecible, única, irrepetible también, Lucía Etxebarria, entre otros muchos. Y aunque todos estos escritores, o la mayoría de ellos, son personas alegres, los personajes que ellos mismos se han creado para los eventos de sociedad son aún más guapos, solícitos y entusiastas.
Porque deben saber que más allá de los focos y las cámaras los escritores, en realidad, son muy suyos, hacen cosas raras, rarísimas, se encierran días, semanas, a veces meses, y tienen neuras, problemas de ego muy serios y también de soledad, y dudas, obsesiones, pero también es cierto que saben pasarlo bien, reír, compartir, beber cava, y vino, y sus gin tonics grandes, con limón, uno, y otro, y otro más, un día es un día y quién sabe qué pasará, como anoche, que pasada la media noche, mientras Zepeda y Pilar Eyre departían con los periodistas en rueda de prensa nocturna, ellos perseguían al chico de Planeta que llevaba un fajo de tickets con copas gratis en el bolsillo, copas que tomaban tan ricamente en la afterparty en el hotel Princesa Sofía, y ji, ji, y ja, ja, pues yo he empezado otro libro, ja, ja, ji, ji, pues yo estoy atascadísima, no sabes, creo que me voy a tener que aislar otra vez, claro que, ¿qué va a decir mi novio?, ¿y mis hijos?, ji, ji, ja, ja, pues a mí mi marido no me entiende jamás, pero ya paso, ji, ji, ja, ja, pues yo creo que tengo un libro muy bueno, pero tengo miedo, miedo a lo que pueda pasar, ji, ji, ja, ja, pues mi terapeuta me dice que me queda un año, quizás dos, puede que tres, de terapia, ji, ji, ja, ja, pues a mí me gustaría ganar el Premio Planeta dentro de poco, ¡600.000 euros madre mía!, ¿imaginas una anticipo como ese?, ji, ji, ja, ja, pues yo ya lo gané y lo que me dejó Hacienda ya me lo he gastado, a ver qué hago ahora, en números casi rojos estoy, ji, ji, ja, ja, bomba lo pasaban anoche los escritores.
Uno de ellos acabó cantando, riendo, contando anécdotas, como si hiciera mucho tiempo que no se divertía, y otro escritor se embriagó hasta tal punto que aturdido, pequeño, impreciso, ni pronunciar palabra podía en esa after party con la que continuamos una velada literaria que fue agradable, bonita, y que de algún modo le debemos a Teresa Bosch Carbonell, la esposa de José Manuel Lara padre, o a ambos, al amor de ambos, porque me da a mí que, desde el cielo, están velando para que, pese a la crisis, a los malos augurios, a los piratas y a los ladrones, a los que han dejado de creer en los libros porque se empeñan en ver el vaso siempre medio vacío, no desaparezca una cena histórica, costosa, de altos vuelos, la única gran cena, junto a la del Premio Nadal, que celebra que las librerías aún sean un espacio sagrado, reservado, que ni la peor de las crisis, jamás, podrá arrebatarnos. ¡Pasen y vean!
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